Infancia
Cuando somos pequeños, el estado de pureza en el que nos encontramos, nos torna vulnerables a las energías inconscientes de los adultos que nos rodean, principalmente las de papá y mamá.
En esta etapa nos introducimos en un viaje muy profundo directo a los primeros años de nuestra vida.
Llevar luz y descubrir cuáles son nuestros condicionamientos, nos libera, dándole una nueva cualidad a nuestra vida: nos llena de frescura y cambia la visión que tenemos acerca de nosotros mismos, la forma de relacionarnos con nuestros padres, pareja e hijos. El acto de descubrir nuestro rostro original nos permite integrarnos con nuestro niño interior, dando inicio a la hermosa aventura de crecer.
Adolescencia
Muchos de nosotros crecimos en familias donde hablar de sexo era un gran tabú, tocar nuestros genitales era mal visto, pocas veces vimos a papá y mamá desnudos, algunos hemos sido abusados por vecinos o familiares y las religiones nos han inculcado que es malo sentir placer.
Todas estas creencias enraizadas en nuestro inconsciente dan origen a una división entre nuestro cuerpo y nuestra mente, y todo el torrente hormonal que está fluyendo de forma natural desde nuestros genitales a nuestro corazón, es bloqueado.
Al explorar los condicionamientos y traumas relacionados con nuestra energía sexual, comienza a liberarse un flujo de energía sanadora y la misma energía que estaba obstruyendo el movimiento natural de nuestra sexualidad –al ser liberada- se transforma en amor y sensibilidad
Madurez
Al llegar a este espacio, comenzamos a entender toda nuestra lucha interna.
Cuando ya no tienes miedo a estar contigo, cuando el estar contigo mismo trae paz, amor, comprensión y alegría, entonces comienzas a vislumbrar la puerta de entrada a tu hogar interior; has regresado a casa y las bendiciones descienden desde lo alto, transformando tu vida en un silencioso valle poblado de hermosas flores, ya no es necesario ir a ningún lado, solo estar aquí y ahora.